Crónica. La Olla de Puente: “Trabajamos reconstruyendo dignidad” Por: Nicole Pereira y Manuel Mansilla

Las historias de vida inundan los pasajes de una ciudad seca, detenerse en ellas es reconocer la trayectoria de personas que hoy sobreviven en el anonimato. ¿Dónde? en la comuna más popular del país, de antaño conocida como el “Pueblo de las Arañas” cuando su geografía era rural y poco vistosa. Al sur de la región Metropolitana, acompañada por la cordillera de Los Andes, atravesada por el Maipo y cubierta en las tardes por el ‘Raco’- un viento cálido – se encuentra Puente Alto. En la actualidad 15 mil de sus habitantes viven en la calle. Esto motivó a un grupo de jóvenes a ‘ponerse la capa’ y salir en auxilio; así nace en 2019 la olla común que recorre la comuna, ‘La Olla de Puente’.

                      Por Nicole Pereira y Manuel Mansilla

En los 70’s, Santiago, al igual que las demás capitales regionales, experimentó cambios demográficos impulsados por la migración campo-ciudad. A raíz de ello, se implementó el plan “programa de viviendas básicas o programa de erradicación de campamentos” que buscaba disminuir la cantidad de allegados en los hogares y planificar el uso de terrenos en el sector oriente.

El resultado significó un gran aumento de habitantes en 5 comunas de la capital: La Pintana, Puente Alto, La Granja, San Bernardo y Peñalolén. El 77% de las personas desplazadas debió acostumbrarse a la segregación que, desde ese entonces, acarreó precariedad laboral, hacinamiento y escasez de inversión pública por parte de los Municipios.

En consecuencia, se acentúan problemáticas sociales de hacinamiento, delincuencia y la drogadicción que termina estigmatizando a sus habitantes.  Sin embargo, existen rasgos identitarios propios de sus habitantes que los lleva a reconocerse como puentealtinos, independiente de su condición social, hay un interés de querer revertir esta situación desde los mismos pobladores, considerando que la vía institucional no ha sido suficiente.

RUTA CALLE: LOS PREPARATIVOS

La Plaza, es un lugar de encuentro por excelencia, desde muy temprano familias y vendedores ambulantes comienzan a dar vida al sector. No obstante, hay quienes han hecho de la plaza su hogar, permaneciendo día y noche, los 365 días del año. Por ello, se ha transformado en el punto estratégico para iniciar el recorrido de la ‘Olla de Puente’.

El inicio es a las 9 de la mañana, los voluntarios se reúnen en la estación Protectora de la Infancia y desde ahí van planificando la jornada. “La Olla” nació en 2019, comenta Pedro Donoso de 33 años, coordinador de la agrupación y estudiante de geomensura.

–          Originalmente las rutas eran los martes, jueves y sábados – explica mientras observa a su alrededor en busca de sus compañeros- Eliminamos la ruta del martes por falta de voluntarios ya que el horario de almuerzo en la semana es complicado para coincidir. Decidimos entregar desayuno y almuerzo los sábados y cena los jueves por la noche, haciendo la ruta completa. Partimos en el Hospital Sótero del Río hasta la Plaza de Puente Alto, pasando por la plaza de La Matte, la Paz, el Tottus – sólo en este sector viven más de 12 personas-, El Poderoso -un restaurante típico de la comuna – y llegamos hasta el acceso sur, que es el límite con La Pintana. En la ruta noche vamos con más voluntarios porque hay lugares peligrosos y buscamos resguardar la seguridad de todos. Hoy haremos desayuno y almuerzo, por eso la ruta será más corta.  

Pedro hace una pausa y mira su celular, es Bianka avisándole por WhatsApp que ha llegado. ¿Dónde estás? pregunta – sin saber que Bianka ya estaba en el lugar hace unos minutos, pero al ser su primera vez en la ruta no conocía a Pedro. Se presentan y se ríen de la situación. Finalmente aparece Gerald, miembro de la Olla desde septiembre de este año.

Todos van donde Luna, quién gentilmente facilitó su casa como centro de operaciones para preparar el desayuno antes de salir.

Gerald y Pedro discuten sobre la ruta, cómo cortar el pan de pascua para que no se haga migas, cuentan los vasos, es una mañana muy calurosa por lo que deciden reemplazar el té y el café por jugo de mango. Usualmente trasladan las cosas en el auto de un voluntario que hoy no pudo asistir, pero esto no es un obstáculo y deciden usar carritos de feria.

Mientras Bianka y Gerald arman y cuentan los panes se estaciona un auto afuera de la casa y Pedro dice: ¡mira, ahí llegó el auto! – todos ríen entendiendo que es una broma que hace Pedro para romper el hielo-. Terminados los preparativos la ruta calle se pone en marcha.

PARA ALGUNOS UN LUGAR DE PASO, PARA OTROS UN HOGAR

Es sábado 20 de noviembre y las elecciones presidenciales están a la vuelta de la esquina. La plaza está plagada de propaganda electoral y un grupo de trabajadores municipales se disponen a retirarlas. – Aquí había muchos árboles, hoy es puro cemento- dice una vecina que transita por el lugar.

Antes de que el grupo se divida para ir a los diferentes puntos, Bianka consulta a Luna qué la motiva a estar en La Olla- Luna responde casi al instante – Si bien, uno viene para acá y está con los tíos, en el fondo conocerlos es una retribución, juntarme con ustedes, lo que requiere o lo que tiene relación con la olla y salir a ruta es un constante aprendizaje. Compartiendo con los tíos, conversando, conociéndolos me doy cuenta de que ellos son más parecidos a mi de lo que yo misma puedo parecer, que tienen cualidades que yo ni siquiera tengo.

Además, uno rompe esa barrera que existe con esa persona que está en una situación de vulnerabilidad y una se puede vincular, es algo que me gusta mucho porque tiene que ver con gente que vive en la misma comuna que yo, en el fondo tenemos realidades que son de nosotros, el compartir historias logra que nos podamos acercar.

El grupo se divide para cubrir los diferentes puntos, en la plaza comienzan a acercarse las personas, el saludo de buenos días es transversal y las conversaciones comienzan a aparecer:

–          Pedro: ¡Hola! ¿Cómo está? ¿Quiere un pancito de pascua?

–          Josué: Sí, muchas gracias. ¿Te acuerdas de mí? Soy Josué, no José porque hay otro que se llama así.

–          Pedro: ¡Sí! en la última ruta lo dejó más que claro – responde con una mueca de alegría. 

–          Josué: A veces las personas tienen corta memoria.

Don Josué participa de La Olla desde que inició, es conocido por casi todos porque siempre está atento a las conversaciones, pareciera ser que le encanta hablar. Hoy su barba está más larga que otras veces. Josué disfruta de los libros y le gusta caminar por la comuna, tiene casa propia, pero su soledad hace que se traslade a la calle, en busca de las amistades que en el tiempo ha cultivado. Quizá tenga unos 60 años, cuando era joven practicaba artes marciales y adora el té, aunque hoy el sol está pegando fuerte.

La plaza se vuelve más calurosa, deben haber más de 25°c, el comercio está en su mejor momento: van y vienen personas, niños, mujeres y ancianos. Todos circulan apurados, excepto los ‘tíos’ que viven en la calle, ellos no tienen apuro, incluso da la impresión de que para ellos el día transcurre más lento.

De pronto aparece un señor con una radio a pilas, se acerca a la mesa y suelta conocidas melodías, suenan ni más ni menos que Los Charros de Lumaco. La música atrae a otras personas al lugar.

Se aproxima una señora, se ve cansada, trae 4 maletas y está acompañada por una joven de unos 20 años. Viene reclamando en voz alta por algo que al parecer la tiene muy afectada y afirma – Las cabras jóvenes son las primeras en meterse con ‘weones’- finalmente se acerca a la mesa y pregunta la hora.

–          Bianka: Son las doce – responde con amabilidad, le pregunta su nombre y si le pasa algo.

–          Olga: Me llamo Olga. Estoy bien gracias a Dios, pero debo viajar a San Fernando en un par de horas, vine a buscar a mi hija porque peleó con su pareja, tuvimos que arrancar de la casa con lo que teníamos. No hemos dormido ni comido nada. Estoy tan cansada ‘mi hijita’. 

–          Bianka: Haremos un grupo aquí para tomar desayuno, ¿Quiere un pancito?

–          Olga: Bueno, gracias por ayudarnos, al fin y al cabo, no todo puede ser tan malo. -Se muestra más cómoda, descuida un rato sus maletas y comienza a cantar las canciones de Los Charros de Lumaco

–          Bianka: Hoy hay mucha gente en la plaza, parece que todos se pusieron de acuerdo para salir.

Es pasado el mediodía y muchas personas caminan por la plaza, algunos van de paso y otros se sientan a la sombra para capear el calor. Los buses transitan y el ruido de los autos se mezcla con el canto de los pájaros. Los integrantes de La Olla conversan mientras se acerca un hombre alto y fornido, su tez es morena y su acento venezolano. Interrumpe la conversación y le pregunta a Pedro donde puede encontrar un albergue que no esté saturado, porque su familia llegó hace un par de días al país y no tienen dónde dormir.

Pedro le indica que hay uno en calle Gandarillas que es de la municipalidad y le ofrece desayuno, pero él responde agradecido que sólo necesitaba información y continúa.

Mientras Pedro verifica que la persona va en la dirección correcta, dice – Siempre nos piden datos de albergues cuando andamos en la ruta, como pasó ahora. Pero muchas veces no los aceptan porque les piden requisitos como, por ejemplo, no haber consumido drogas y alcohol en los días previos. Nosotros tratamos de ayudarlos en lo que podemos y también a postular a beneficios sociales porque ellos no tienen internet. Les entregamos remedios, tenemos voluntarios que son tens y nos ayudan con eso.

¿QUÉ PASÓ CON EL RUCO?

Los voluntarios se reúnen en la plaza y planifican el término de la ruta. Es hora de ir hacia el sector norte de la comuna, quizá el lugar más complejo porque alrededor del hospital Sótero del Río hay muchas personas que viven en la calle.  Al llegar, notan que uno de los ‘rucos’ se encuentra en el suelo, solo quedan algunos materiales y sus moradores ya no están. Pedro cruza la calle y le consulta a un cuidador de autos qué pasó con las personas que vivían allí, él responde: se fueron hace un par de días, creo que están en El Castillo, porque los vieron cerca del acceso sur.

El grupo en general guarda silencio, a lo mejor porque están preocupados, Pedro envía un WhatsApp advirtiendo que las personas ya no están para que estén alerta en caso de que los vean en otro sector.  

Si bien, el ánimo del grupo decayó, quizás imaginan que algo malo les pasó a las personas del ‘ruco’, la ruta continúa, ya que aún falta un lugar por recorrer y hay desayunos por entregar. 

El último destino está frente al hospital Sótero del Río, ahí viven 3 personas, dos hombres y una mujer, todos son adultos y duermen en una carpa. El lugar está debajo de una vía del metro, es relativamente amplio y cubierto por cemento que los protege de la lluvia y, además, genera sombra en los días de calor. Hay un pequeño arbusto, una muralla de color verde y un brasero que los abriga cuando hace frío y les sirve para cocinar de vez en cuando.

En la calle vive gente que tiene profesión, que ha formado una familia y ha sido estable emocionalmente. Algunos pasaron por momentos difíciles y quedaron a la deriva, otros no superaron sus adicciones y viven insertos en ellas. Sin embargo, existe la voluntad de algunas personas por tratar sus problemas e intentar restablecer el ritmo normal de sus vidas. Esta es la reflexión que hace el grupo luego de entregar el último desayuno.

–           A veces nos comentan que quieren salir del alcohol y los derivamos a lugares donde los pueden ayudar, porque nosotros no somos especialistas en todo, en temas de psicología y de la niñez, por ejemplo. Pero sí podemos contactar y hacer nexos -enfatiza Gerald, según su experiencia como voluntario.

La Olla de Puente es una organización autogestionada que ha permanecido en el tiempo, actualmente cuenta con 35 voluntarios de los cuales 20 están activos. Su foco principal es brindar ayuda a las personas en situación de calle, pero también rescatan animales, que tristemente son abandonados en un sitio eriazo del acceso sur. En el tiempo han hecho vínculos con voluntarios que son veterinarios y que asisten a los animales de forma gratuita; sin embargo, los insumos son caros y por ello han creado un fondo destinado a cubrir estos gastos.

Se busca que la gente vuelva a recuperar su dignidad. En la calle ellos no tienen un lugar donde dormir, ni comer, no tienen ducha, no tienen donde cortarse el pelo, no tienen para trasladarse.

El objetivo de La Olla es ayudar desinteresadamente a la gente de la calle, a veces solo hace falta un ‘empujoncito’ para que vuelvan a ser independientes, algunos han logrado pagar un arriendo cortando el pasto. Es muy gratificante cuando dejan de vivir en una carpa y tienen un techo donde dormir, creo que la mayoría no quiere estar en la calle, no es una decisión propia, muchos quieren salir de ahí.  – dice Pedro al finalizar la ruta.


Trabajo realizado para la asignatura Redacción Periodística II, impartido por la profesora Vanessa Zúñiga. Autores/ Estudiantes:  Nicole Pereira y Manuel Mansilla.

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