De la cárcel a la ingeniería: La redención de Rodrigo Rojas Por : Alonso Aranda

De la cárcel a la ingeniería: La redención de Rodrigo Rojas

Los errores de juventud son tan comunes como las espinillas y la inseguridad a esa misma edad, pero a la mayoría no le cuesta más de siete años tras las rejas. Tampoco es habitual que personas privadas de libertad estudien fuera de prisión y se titulen mientras cumplen condena. Por eso, cuando algo así sucede, merece ser contado.

Por Alonso Aranda

La velocidad a la que Rodrigo Rojas Barboza maneja su pequeño automóvil por su Quillota natal es directamente proporcional a la rapidez con las que articula las frases para contar su historia.

Cada vez que pisa el acelerador del descuidado city car que pilotea -mientras avanzamos en dirección norte por la Avenida Condell, la principal vía de la ciudad- también apura el relato, tanto que a ratos es difícil seguirle el ritmo y es necesario hacer pausas y recapitular.

Es el primer domingo de septiembre de 2021 y mientras en la radio del vehículo suena la canción “Haciendo el amor” del grupo Amerikan Sound, Rodrigo, hoy de 37 años, recuerda en detalle el día en que pasó de ser un “cabro desordenado” a ser considerado un delincuente.

“Había terminado mi cuarto medio, y me acuerdo de que empezamos una protesta aquí en la plaza de Quillota, cuando recién empezaba la ‘Revolución pingüina’. Yo andaba con un cabro que era un pelusón que no tenía nada que ver con las protestas y nos vinimos caminando con otro cabro más, y este pelusón sacó un vino de una casa y salimos corriendo (…)Saltó la reja perimetral, abrió una ventana de la casa, sacó el vino y arrancamos. Pero unos vecinos de esa casa nos vieron y llamaron a Carabineros. Cuando nos pillaron, teníamos el vino con nosotros, así que se configuró el delito, el robo”.

 

Mientras en aquel año 2006miles de estudiantes seguirían marchando por las calles de Chile y tomándose sus colegios por una mejor educación, el quillotano se vería enfrentado a un duro juicio y condenado a una pena de 7 años y 184 días de presidio, por lo que él considera “una tontera adolescente”. Un verdadero golpe para un muchacho de provincia que durante un par de años jugó a creerse malo, pero que en realidad no tiene pasta de criminal.

“La pena por el robo era de 5 años y un día, pero como éramos tres los participantes, nos pasaron por banda delictual, por lo que la pena aumentó un grado y nos condenaron a casi 8 años”.

Con el automóvil ahora estacionado, Rodrigo baja un par de cambios a su verborrea para continuar con su relato. Acomoda el retrovisor, y, a la vez que se arregla el pelo y pasa su mano izquierda por su barba delineada con navaja, rememora su ingreso a la cárcel de Quillota, hace 15 años atrás.

“Es terrible lo que podí ver en una cárcel. Conmigo no fue nada bueno, porque entrando me querían robar las cosas, mi ropa, y como yo no aguanto, me puse a pelear con el loco. Entonces entró un gendarme, me pescó y me dijo ´oye, soy entero revoltoso’, y me mandó a los calabozos, que es como una cárcel dentro de otra cárcel”.

Aunque nunca fueron amigos y casi no han cruzado una palabra en la vida, a Javier Aranda ese arrojo de Rodrigo no le extraña. Siendo niños coincidieron en una escuela de educación básica de Quillota, y recuerda cómo en una ocasión se enfrentó a otro adolescente para defenderlo.

“Yo iba en cuarto básico y había un cabro de octavo que me tenía mala y siempre me pegaba. Una vez estábamos jugando a la pelota y otra vez me pegó, entonces Rodrigo, que estaba por ahí cerca en el patio del colegio, se acercó y le mandó un combo para defenderme. Yo no sé si me conocía, pero me salvó”.

 

Gabriel Piñones conoce a Rodrigo desde que ambos tenían 14 años. En esa época eran vecinos en la población Rebolar de Quillota, donde solían jugar a la pelota y donde también asistieron a sus primeras fiestas.

Rodrigo fue de esos niños que crecen de un día para otro y a la corta edad en que se conocieron con Gabriel, ya medía el metro 80 centímetros de estatura que luce hoy: “Rodrigo era pelusa, se creía el mino del grupo”.

Después de un poco de insistencia, Gabriel se atreve a desclasificar una anécdota que, según él, retrata a su amigo en una faceta que le ha traído más de algún problema.

“Estábamos en una fiesta y se le juntaron las pinches que tenía, hasta que llegó la que era su polola oficial y tuvo que pedirles a todas las demás chiquillas que se escondieran en el entretecho de la casa”.

Pero Gabriel no solo fue testigo de esas hazañas de adolescente, sino que también presenció cuando su amigo comenzó con las “malas juntas”.

“A la Rebolar llegaron varios grupos de distintos lados (…) Gente que no querías que estuvieran en tu entorno y Rodrigo igual empezó a juntarse con ellos, se empezó a separar de nosotros y agarramos rumbos distintos”.

 

Al día siguiente de la entrevista en el automóvil de Rodrigo me acerco hasta las dependencias de la Unidad de Movilización de la Municipalidad de Quillota; ahí se desempeña desde 2015 y hoy es jefe del Taller Mecánico.

En el lugar abordo a David Leyton, subdirector de la Dirección de Tránsito, encargado de la unidad y su jefe directo: “Rodrigo es el encargado de la mantención mecánica de la flota de vehículos municipales, y hoy tiene gente a su cargo”.

Leyton dice que durante los primeros años Rodrigo debió luchar contra los prejuicios de algunos compañeros de trabajo, por ser un expresidiario, aunque también con los propios: “Me tocó combatir con eso también, porque íbamos a comprar juntos a Santiago, yo ando siempre con mi banano, me bajaba a comprar con el puro teléfono, dejaba mi banano con mis documentos, con mi dinero, y él siempre ‘oiga, su banano’, y yo no po’, si estay tú. Era una demostración de confianza”. 

 

 

Pero ¿cómo pasó Rodrigo de ser uno de los más de 500 presos de la cárcel de Quillota a tener un trabajo estable en la Municipalidad local, e incluso ser jefe del Taller Mecánico?

Vestido con su camisa de mecánico color café, en la que luce bordado el logo municipal en el costado derecho del pecho, el quillotano lo reduce a una frase corta pero contundente: “Hice conducta”.

Luego, mientras pela con su boca y manos una mandarina de uno de los árboles del patio de su lugar de trabajo, resume su gesta: “Primero pinté casi toda la cárcel de Quillota y cuando el teniente me preguntó qué quería, le dije ‘quiero estudiar’. Así conseguí que me trasladaran a la cárcel de Valparaíso y como tenía rendida la PSU, que la había dado antes de la condena, pude matricularme en un instituto”.

Como se puede leer en el sitio web de la Municipalidad de Quillota, en una nota periodística sobre la historia de reinserción de Rodrigo, él fue derivado al Centro de Educación y Trabajo, CET del puerto, donde se ganó la confianza de una capitán de Gendarmería, que lo apoyó en su camino para conseguir el beneficio de asistir a clases fuera de la prisión.

El quillotano pudo estudiar técnico en Mecánica Automotriz en el Duoc UC de Valparaíso,y en 2015 se convirtió en el primer preso de Chile en titularse de una carrera de nivel superior estando privado de libertad. Ahora, Rodrigo se ríe al recordar esos días, en que prefería ocultar su verdad.

“Solo un par de compañeros del instituto se enteraron de que yo estaba en la cárcel, a la mayoría les decía que vivía y trabajaba en una panadería de Playa Ancha (donde está la cárcel del puerto)”.

Pero Rodrigo fue por más, y en 2020 se tituló de ingeniero en Mecánica Automotriz y Autotrónica, también en el Duoc de Valparaíso. Y así, con esos pergaminos, se ganó el puesto de jefe en el taller mecánico del municipio de su ciudad.

A los ojos de cualquiera, en un país como el nuestro, donde la reinserción es un terreno baldío, puede parecer bastante mérito y la culminación perfecta para una historia de superación, pero el quillotano no quiere detenerse.

“Presenté un proyecto que espero sacar adelante con ayuda de la municipalidad y Gendarmería, para ayudar a que más internos se puedan reinsertar a través de la mecánica, igual como lo hice yo”.

Lo dice con su característica velocidad al hablar, como si tuviera prisa y fuese a salir corriendo, aunque para Rodrigo los tiempos de arrancar ya quedaron atrás.


 

Trabajo realizado para la asignatura de Redacción Periodística II, impartido por la profesora Vanessa Zúñiga. Autor/Estudiante: Alonso Aranda

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *