Una tragedia absurda Por: Alonso Aranda

Es una crónica y también un desahogo. Es a la vez un manifiesto contra la desidia y el individualismo; dos cánceres anquilosados en los principales órganos de nuestra sociedad. O una manera de encontrar sentido a la cadena de acontecimientos que desembocaron en una tragedia absurda. Es, además, un desafío periodístico, por tratarse de un suceso demasiado cercano para tratarlo con distancia. Pero es, sobre todo, la historia de seis personas que encontraron la muerte cuando no debían. Una familia de turistas que vino a Chile a celebrar y que se convirtió en protagonista de una desgracia que se pudo evitar.

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Faltan pocos minutos para las seis de la tarde del miércoles 22 de mayo de 2019. Me encuentro en la oficina de la agencia de contenidos para la que trabajo, ubicada en Las Condes. Como de costumbre, me preparo para regresar en bicicleta a mi departamento, en el barrio Bellas Artes, en Santiago Centro. De pronto, una llamada telefónica de Tania, mi pareja, interrumpe mi rutina.

Ella, socióloga de profesión y analista para una empresa ubicada a no más de diez minutosa piede nuestro hogar, al regresar de su jornada se ha visto impedida de entrar al edificio. En Santo Domingo 504, en la esquina con Mosqueto, a unas doce manzanas del Palacio de La Moneda.

– Algo pasó en el edificio. Hay unos paramédicos en la puerta, no me dejaron pasar- me dice desde el otro lado de la línea.

-¿Algo como qué? – le respondo un tanto desconcertado.

-Parece que murió alguien. Me dijeron que no pueden dar más detalles todavía- agrega.

Apuro mi salida de la oficina y pedaleo a toda velocidad. Son cinco kilómetros de trayecto entre ambos puntos, los que suelo recorrer de regreso en tan solo veinte minutos. El viento helado me golpea con fuerza la cara. Siento como si miles de diminutos vidrios rasguñaran mis manos. Se han puesto de color rojo gélido. Según el reporte del tiempo, es el día más frío del otoño hasta ahora, con mínimas bajo cero durante la jornada.

Al llegar a la esquina de Santo Domingo con José Miguel de la Barra, a solo una cuadra de mi edificio, me encuentro con dos carabineros que han cortado el tránsito hacia el poniente. Han colocado una cinta plástica de extremo a extremo, en la que se lee repetidamente “peligro”. Me bajo de la bicicleta y les explico que soy vecino del barrio. Me dejan pasar.

La vereda norte de calle Santo Domingo está repleta de gente, pero logro encontrar rápidamente a Tania. Miro hacia el frente y en la puerta del edificio ya no están los paramédicos del SAMU que impidieron su paso. En su reemplazo hay dos funcionarios de la policía uniformada y varios más en las cercanías, además de un par de automóviles de la institución. También hay un gran carro de bomberos y decenas de voluntarios que entran y salen del lugar.

-¿Supiste algo más? – le pregunto.

– Me encontré con Félix, el vecino del departamento 61, me dijo que encontraron muertas a seis personas en el 63, al lado de nuestro departamento – me cuenta.

El hallazgo

La luz del día es cada vez más débil y comienza a dar paso a un color nocturno prematuro. Las luces de los vehículos de emergencia se reflejan en la fachada del edificio de Santo Domingo 504. Es un espectáculo lumínico tétrico. El lugar también está lleno de colegas periodistas y el hecho es dado a conocer rápidamente por los principales medios nacionales: “Seis turistas brasileños fallecen por intoxicación por monóxido de carbono en Santiago Centro”, titula La Tercera en una nota publicada a las 18:23 en su sitio web.

Ha pasado poco menos de una hora desde que la tragedia quedó al descubierto. El coronel de Carabineros Rodrigo Soto dice al medio que fue un familiar de una de las víctimas el que llamó al cónsul de Brasil en Chile, avisando de que sus seis compatriotas se sentían mal. El diplomático a su vez llamó a la policía uniformada, quienes al llegar se percataron del fuerte olor a gas, y es ahí donde descubren los seis cuerpos sin vida de cuatro adultos y dos menores de edad.

En Las Últimas Noticias leo las declaraciones del cónsul adjunto de Brasil en Chile, Ezequiel Gerd Chamorro. Cuenta que fue él, junto con un cerrajero que ayudó a abrir la puerta, quien se encontró primero con los fallecidos: “Recibimos un mensaje a nuestro teléfono de emergencia consular de un familiar de las personas que estaban en el departamento, diciendo que no lograba contactarlos. Sospechaba que algo grave estaba aconteciendo…decidí venir personalmente. Subimos al departamento, golpeamos la puerta, nadie respondió. Llamamos a personas para abrir la puerta, entramos, sentimos un olor a gas fuerte. Encontramos los seis cuerpos y ahí llamamos a los Carabineros”.

Sigo buscando en los portales de los medios nacionales para saber más detalles. En radio Bío-Bío encuentro la declaración del segundo comandante del Cuerpo de Bomberos de Santiago, Diego Velásquez: “La concentración que hemos medido hasta el minuto es monóxido de carbono, no hemos descartado ningún otro componente. Estamos todavía realizando las mediciones de rigor. Hicimos una evacuación inmediata de todos aquellos que estaban disponibles en ese momento, y estamos trabajando en determinar cuál fue el elemento que causó la muerte de estas personas”.

Los fallecidos todavía no tienen nombre ni rostro en los medios. Son esos elementos y la historia tras los datos oficiales lo que hace que los lectores se conecten con una tragedia. La humanidad se ha construido a través de estas narrativas. Es que el dolor es transversal. No hay nadie que escape de su mano dura. Incluso cuando parece impensado e ilógico, como en el caso de los turistas brasileños.

Un viaje soñado

A las 2 de la madrugada del jueves, Carabineros permite que los vecinos que hemos permanecido resguardados en la conserjería de un edificio cercano volvamos a nuestros hogares. Ya no hay peligro de intoxicación. Pero los cuerpos aún no han sido retirados del departamento 63 por el Servicio Médico Legal. Junto a Tania subimos por las escaleras hasta el sexto piso. No hay olor a gas. En la puerta junto a la nuestra un funcionario policial resguarda el lugar.

La noche pasa veloz. En la mañana consigo averiguar quiénes eran y qué hacían en Santiago los malogrados turistas. Fabiano de Souza (41), su esposa Débora Muniz Nascimento (38), sus hijos, Karoliny y Felipe Nascimento de Souza, Jonathas Nascimento Kruger (30) y su mujer, Adriane Krueger (27), habían planeado su viaje a Chile hace un año.

La idea del grupo familiar -Jonathas era el hermano de Débora y el padrino de Karoliny- era celebrar los 15 años de la joven adolescente, quien estaría de cumpleaños el viernes 24.El bonito y amplio espacio para hospedarse lo consiguieron a través de Airbnb. Con una ubicación estratégica para cualquier turista, frente al costado izquierdo del Museo de Bellas Artes y el Parque Forestal, cerca de bares, restaurantes y otros sitios de interés. Lo que no sabían era que se trataba de un arriendo irregular, pues estaba siendo subalquilado por un tercero y no por el propietario. Un arrendatario que, tras separarse de su pareja y madre de sus dos hijas, se fue a trabajar a México y comenzó a ofrecer el departamento en la plataforma dedicada al mercado de alojamientos.

Los turistas llegaron a Santiago el domingo 19 de mayo, tres días antes de la desgracia, desde Biguaçu, en Gran Florianópolis, estado de Santa Catarina, en el sur de Brasil. Claudia Villar, psicóloga y vecina del departamento 43, tuvo un encuentro con ellos durante su corta estadía en el edificio. Fabiano, Débora y los dos hijos de ambos regresaban tras uno de sus paseos por la capital, pero no podían ingresar, pues no tenían en su poder ni las llaves ni sus celulares.

– Necesitamos llamar a mi hermano que tiene las llaves del departamento, ¿me puedes prestar tu teléfono para hacer la llamada? – le pidió Débora en portugués.

Claudia se encontraba con su hija en ese momento, quien habla el idioma, por lo que pudieron ayudarlos. Al enterarse de lo sucedido, solo un par de días después de ese encuentro, la psicóloga sintió un profundo pesar, sobre todo por los menores de edad.

– Se veían felices – recuerda.

Así se les ve también en las últimas fotos que Adriane Krueger compartió en la red social Instagram. En su cuenta la mujer subió distintas fotos con su marido recorriendo varias zonas turísticas de la capital.

Por ejemplo, ambos estuvieron recorriendo el sector del embalse El Yeso en el Cajón del Maipo, además de la Plaza de la Constitución y el Parque Forestal, a pasos de donde encontrarían la muerte.

Todo en su contra

Las horas del jueves avanzan y no puedo dejar de pensar en la serie de eventos desafortunados que desencadenaron la muerte de Fabiano, Débora, Karoliny, Felipe, Jonathas y Adriane.

El frío que a mí me había golpeado la cara y que me había hecho doler las manos mientras pedaleaba el día anterior, a ellos los hizo permanecer encerrados en el departamento durante toda la jornada, con las ventanas completamente cerradas. Provenientes de una zona calurosa de Brasil, el día más gélido del otoño los llevó a cancelar su itinerario turístico de ese día. También había influido el hecho de enterarse que la madre de Débora y Jonathas había fallecido durante la madrugada del miércoles en Brasil. La mujer había perdido la lucha contra el cáncer y ellos planeaban regresar antes de lo presupuestado para estar en su funeral.

Según Bomberos, la fatal emanación de gas pudo provenir del calefón, una estufa o la cocina. La duda cobra relevancia al considerar que, dadas las condiciones de edificación y la antigüedad de la construcción -data de 1965- ningún departamento puede tener calefón y, por el contrario, deben usar termos eléctricos. Ese mismo día, los vecinos nos enteramos de que la comunidad no tenía vigente el sello verde de certificación entregado por la Superintendencia de Electricidad y Combustibles (SEC). Esta irregularidad se ha extendido por años. Ni la administración del edificio ni los responsables de supervisar hicieron algo cuando debían.

Por supuesto, los turistas no fueron informados al contratar el alojamiento por Airbnb y, sin esta información crucial,asumieron que el malestar que sentían se debía a un virus. Por un asunto cultural, tampoco estaban acostumbrados al uso de implementos a gas, por lo que jamás consideraron una intoxicación por monóxido de carbono. Así se lo hicieron saber a sus familiares en Brasil a través de una serie de mensajes de audio. Los escucho y un frío desagradable me recorre la columna.

– Estamos contaminados por alguna cosa, ahora estamos en estado de shock. Yo creo que todos nos contaminamos con un virus que paraliza las articulaciones, da mareo y vómito – dice uno de los mensajes enviados por Débora.

En otro audio relató el padecimiento de su hijo menor, que fue el primero en empeorar. Según estos mismos registros, se puede inferir que fue el primero en fallecer.

– Se está muriendo… Él estaba sano ya, pero… lo intentamos poner en una bañera con agua caliente para dejarlo dentro para intentar quitarle todo, pero su brazo… no sé lo que vamos a hacer – se puede oír en voz de la brasileña.

Sobre cómo detectar una intoxicación por monóxido de carbono, el doctor Carlos Rivera, jefe de Urgencia de la Clínica de la Universidad de Los Andes, dice que “cuando hay más de una víctima de algo, eso se llama intoxicación. Cuando en la casa más de una persona se siente con cefalea, eso ya no es una jaqueca”.

Con relación a los síntomas, Rivera explica que “van a aparecer probablemente cefaleas, confusión, letargo, sensación como desmayo y posteriormente incluso pueden tener trastornos de expresión”.

En algún momento, los otros cinco turistas sufrieron lo mismo que el menor del grupo con la emanación de gas. Sus familiares en Brasil perdieron el contacto cerca de las 16:00 horas de la fatal jornada y fue ahí que se contactaron con el consulado.

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Todo pudo ser diferente si hubiesen salido del departamento a pedir ayuda a los residentes. Quisiera haber sabido lo que sucedía al otro lado de mi pared y socorrerlos. Haber estado esa tarde en mi hogar e ir a tocarles la puerta y decirles que salgan de ahí. Que no se trata de ningún virus; que un enemigo silencioso, que proviene de ese mismo lugar, es el culpable de que se sientan así. Pero que es fácil vencerlo. Que solo basta con apagar el foco de emanación y abrir las ventanas para ventilar el lugar.

Quisiera que ese mal momento hubiese sido solo una anécdota. Que Karoliny regresara a Brasil junto a sus padres, hermano y tíos, y les contara a sus amigos lo bien que lo había pasado celebrando sus 15 años.

Es una crónica y también un desahogo. Es una manera de explicar una tragedia tan absurda como la vida.


 

Trabajo realizado para la asignatura de Redacción Periodística II, impartido por la profesora Vanessa Zúñiga. Autor/Estudiante : Alonso Aranda.

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